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Mostrando entradas de junio, 2019

ATRAGANTO.

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El reloj  atorado en la garganta, frena un reflujo de palabras.  Cargadas de acidez carcomen las cuerdas vocales que enmudecen la voluntad. Pequeños sorbos de agua fresca no calman los dolores  que irritan la sensibilidad de aquellas cosas que no tragamos.  Los golpes en el pecho suavizan el dolor y quiebran la autoestima, arrastrada hacia los intestinos  constipando el cuerpo.  Un té de manzanilla es la esperanza de adormecer el dolor ancestral, que define las frustraciones de una nuez de adán lejos del paraíso.  Respiro y los otros intoxican el aire gases frenéticamente incoloros. Dormidos los pulmones nos quedamos metabólicamente latentes, a la espera de espasmos de cordura que destapen las vibraciones de esas palabras atascadas.  Tos con sangre lágrimas sin tinta, marcan el final de una vulnerada existencia. Ojos desorbitados y la vasoconstricción, estalla en oculares sin imagen.  Nadie decide ayudar a la desesperada existencia cuando lo que

GALOPE.

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Dos caballos blancos galopan sobre el manto de la muerte,  Infinita pradera que se pierde en el filo de una hoz que atormenta la garganta.  Pastando negras hierbas, relinchan afligidas pasturas, despojadas se agusanan entre dientes con la suerte pisoteada por herraduras sin suerte. La serenidad de sus miradas contemplan el arroyo, nacido en lo alto de vértebras quebradas por el peso de las almas que no olvidan. Surca el entramado paisaje  el arroyo de cadáveres… el fluir de acontecimientos… que nutre el bajo, desembocando en el lago de personas que se beben a sí mismas. Galopando, el blanco se pierde entre las ondulosas negritudes de una muerte cansada. La lluvia se nutre de gritos, los gritos de sangre, la sangre se nutre de sangre y la sangre de personas que caen del cielo esperando caer en un valle de muerte.  Los otros contemplan desde los omoplatos, el resto carcomen el salitre de lágrimas que se derraman por los vivos o por los muertos. Leva

UN SÍMBOLO.

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El símbolo marcado en la pared dejo entrar un rayo de luz, sobre el rostro deteriorado de esa persona que nunca conoció un sofá. Observaba la lejanía de las cosas la estrepitosa asfixia de la existencia, acumulando restos de comida que se deshacían en las manos. Quien pudiera poder romperle el cuello gritan los otros escondidos en escaparates disfrazados de moda, taciturno cabizbajo es arrastrado por el polvo de muros que se elevan sobre las azoteas. Copas cristalinas que arropan al mejor vino, cavas que regurgitan a los otros sobre el borde de un abismo sin tiempo. Nadie le corta la cabeza, la mirada se alza sobre muros interminables de deseos que no se van a cumplir, Inundados en hologramas que disfrazan el estómago y desorientan a la muerte. Sin embargo, las entrañas dejan entrever a la verdad violada por los pensamientos de los que nunca subirán a las azoteas, elegidas por un dios macabro que caga humanos. La mirada recorre los orígenes de su historia, con lágrimas e